Lito Balabanian (*)
"Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande». (Mt. 7, 24-27)
Desde hace algo más de dos años me desempeño como Director de un establecimiento de Educación secundaria de la ciudad de Chascomús. Siendo “nuevo”, en la ciudad y en el rol, me encontré con una comunidad educativa maravillosa (Nuestra Señora de Luján), que me recibieron y apoyaron desde el primer instante. Lo mismo digo con respecto a las autoridades de los otros colegios. Los desafíos de la vocación los llevo con alegría, en esta “sucursal del cielo” que es nuestra querida ciudad y mi querido colegio. Pero hoy no me expreso como director de un colegio en particular, sino como un chascomunense preocupado por nuestros jóvenes, pues como digo siempre a mis colegas, “no son los míos, no son los tuyos, son los nuestros”. Hoy quiero compartir una preocupación, que no es solo mía, y que considero que debemos encarar creativa, mancomunada y decididamente desde nuestras escuelas...
Quizás por distintos motivos (“negociación” en el manejo con los adolescentes, progresión en el alejamiento de nuestros valores, crisis del sentido de autoridad, falta de límites, hacer lo que otros hacen, etc.) se nos fueron “filtrando” costumbres que están muy lejos de lo que soñamos para nuestros queridos adolescentes. Éstas se han naturalizado, sobre todo en los años superiores, de tal manera que ellos no conciben otra posibilidad. Así como en su momento se les impuso Bariloche, con la evidente estafa en los precios y una expectativa de “descontrol”, que es contraria a una de las maravillas de la condición humana (el dominio sobre los impulsos), del mismo modo se les fue imponiendo, solapadamente, otras prácticas.
Fue así como nos fuimos acostumbrando a los “UPD” (último primer día), la “presentación de las camperas”, el “UVI” (últimas vacaciones de invierno, o algo así…), los “premios” en los picnics del día del estudiante, el “último día”, las famosas “Vueltas olímpicas” y la “fiesta” de fin de curso con características especiales.
Ninguna de estas nuevas iniciativas juveniles es mala en sí misma, si no fuera porque van acompañada de “previas” (no las conciben sin ellas) y, por supuesto, con alcohol (como mínimo) como ingrediente esencial. Por eso hablo de “imposición”, pues intuyo detrás un gran negocio, que desde las publicidades (potenciadas por la falta de valores generalizada), buscan clientes, no solo por lo que gasten hoy (que ya es bastante), sino por lo gastarán toda la vida si se logra retenerlos como rehenes.
La adolescencia es la etapa “ideal” para terminar (paradójicamente) esclavos, defendiendo la búsqueda de la “libertad”. El poder entender que hacer lo que me da la gana no es libertad (sobre todo si en realidad estoy haciendo lo que le conviene a los mercaderes de la muerte), suele ser un camino difícil en esta etapa. El creer que sin alcohol u otras sustancias no es posible la diversión, es típico en los jóvenes de hoy. No se trata de moralismos. No nos parece mal que al comenzar el año, se tenga un momento emotivo con los de 6to, como comienzo de una última etapa que pretendemos que sea maravillosa; nos parece lindo que, creativamente, puedan en un recreo exhibir sus camperas de egresados cuando las tengan; nos encantan los picnic del día del estudiante pues suelen ser experiencias inolvidables, y no nos oponemos a que se entreguen “premios” en ellos (al mejor compañero, al más divertido, al más estudioso, etcétera).
Tampoco estamos en contra de un festejo de fin de año (que podría incluir las Vueltas olímpicas cambiando algunas características, aunque puede haber otras opciones), ni negamos lo hermoso de una fiesta de fin de curso. Pero si en las previas beben de más, si algunos se descomponen y no llegan al colegio (o llegan pero en malas condiciones), si corren riesgo de lastimarse en el recorrido (como ya ha pasado), o dañan propiedad privada (como también ha ocurrido), quiere decir que se perdió la esencia y la verdadera motivación del festejo. Si para el Upd, o para presentar las camperas, o para el Uvi, se necesita todo lo anterior más algunas canciones utilizadas para coreografía que rebajan la condición humana (principalmente la de la mujer), y están 5 minutos en el colegio y se los retira porque no están en condiciones normales para una mañana de clases, algo se nos está escapando. Si los “premios” de los picnic son ofensivos (y hasta de mal gusto), si las Vueltas olímpicas son ocasiones para el descontrol, el agravio al otro, el daño a los otros colegios (aun reconociendo los esfuerzos de los últimos años para bajar los niveles de riesgo), quiere decir que algo no está andando bien. Si las fiestas de fin de curso son cada vez más caras (con todo lo que implica de esfuerzo durante el año para conseguir dinero, que le resta tiempo al estudio, que conlleva a peleas y distanciamiento en los grupos, que “obliga” a los profesores a abordar las problemáticas que explotan en el aula y que no tienen que ver con el sentido de la escuela), si no se comprende que no hace falta llevar una súper-banda o el mejor disk jockey o fotógrafo, que lo sencillo no resta a lo inolvidable, no estamos educando como soñamos.
Por todo esto, es que proponemos animarnos como adultos a poner los límites, amorosos pero firmes, que posibiliten marcos de crecimiento y de sustento desde donde el adolescente construya su futuro. Si esa construcción sigue siendo sobre “arena”, cuando lleguen los vientos, las lluvias o las tempestades de la vida, “la casa” se derrumbará. Seamos la “roca” sobre la que nuestros hijos y alumnos se eleven como personas, disfrutando de su edad, pero construyendo un futuro. Algunos cambios necesitan urgencia, otros serán paulatinos, pero estaremos juntos trabajando por nuestro chicos. Hemos acordado en estos días con las familias algunas decisiones que van en esta línea.
Obviamente, muchos se enojarán, como cualquier adolescente al que se le pone un límite, pero no podemos ser los referentes que necesitan, si manejamos nuestro accionar sólo en función de lo que ellos desean o para “ser queridos”. Muchas familias nos acompañarán, otras quizás no, Pero nadie podrá negar la lógica de los fundamentos que subyacen en nuestra apreciación. Además de los argumentos científicos que abundan sobre los efectos nocivos del alcohol en la adolescencia, les sumamos la preocupación axiológica que desde la educación nos impulsa.
Obviamente, esto no es más que una posible mirada sobre lo planteado. Lejos de mí, pretender imponer una idea a los demás. Seguramente, entre todos encontremos más riqueza en el planteo de soluciones. Pero no podemos callar lo que hemos visto y oído. Y, aunque ellos aún no lo vean, es por nuestros jóvenes, es por su futuro.
(*) Director del Secundario Nuestra Señor de Luján